Cuánto nos mueve este tema de la maternidad. Cuánto miedo despierta, cuántas preguntas e incertidumbres.
¿Podré con la tarea?
¿Tendré apoyo de mi red?
¿Sabré hacerlo bien sin repetir errores de mi linaje?
¿Seré capaz de abordar un proyecto así de grande sin abandonarme?
¿Será que vale la pena traer una vida al mundo, a este mundo que viene tan complicado?
¿Me dará la economía?
¿Encontraré a un/a compañero/a acorde para esa odisea?
¿Cómo quedará mi cuerpo?
¿Podré sostener mis otros proyectos?
Estas son sólo algunas preguntas que escucho a menudo en la consulta -y por supuesto me hice- a la hora de encarar una posible maternidad.
La antropóloga estadounidense Dana Raphael desarrolló un término muy interesante, la matrescencia, que al igual que la adolescencia donde vivimos la transición de ser niñe a la edad adulta, la matrescencia describe la transición de una mujer a la maternidad. Adolescencia y matrescencia son periodos coordinados por hormonas esteroideas, y épocas de neuroplasticidad y de vulnerabilidad mental.
En este período se modela un nuevo paisaje afuera y adentro de nosotras y eso requiere un acompañamiento y contención adecuado para comprender los cambios que propone este periodo. Acompañamiento entre mujeres.
Es sano poder hablar de estos cambios entre nosotras y en el entorno para transitarlo de la forma más orgánica y acompañar los movimientos.
Es probable que las generaciones de mujeres anteriores no hayan contado con esta conciencia y por ende no se hayan preguntado tanto, probablemente no hubiera espacio para cuestionarse.
No hace tanto no se conectaba con esta dimensión psicológica del cambio transitado en este periodo, no haya habido sensación de libertad para preguntarse, siquiera sentirse en derecho de abrir esta cuestión.
El patriarcado, gran aparato modelador de sensibilidades al servicio del capitalismo, nos construye a todos. Hombres y mujeres. Nos ha enseñado cómo ser hombres y mujeres en el mundo. Nos ha programado con ciertos fines productivos, y entre ellos, hay mucha construcción de deber en torno a la maternidad/ paternidad, asociado a una forma hegemónica de hacerlo.
De algún modo muy perverso, el mindset patriarcal nos atraviesa sin darnos cuenta desde un inconsciente colectivo ineludible, creando así arquetipos de madres y padres -y de cómo ser hijo también-. En la maternidad puntualmente hay una forma muy característica que se planta como un deber ser, que se trata de estar para el otro más que para mi misma, no tan enfocada en mi bienestar, por decir sólo una característica de este arquetipo.
Esta energía debilita a la mujer, la conecta con el miedo y por ende, ansiedad. Si fomentamos esta emoción en nosotras mucho tiempo vamos habilitando un conjunto de conductas que favorecen a la desconexión de nuestra confianza, alimentando una posible depresión.
Sin embargo, en este texto me propuse ser optimista.
Es importante agradecer el momento que transitamos, que en cierta medida es virtuoso. Creo fielmente que están pasando cosas a favor de nuestra libertad, si bien parcial, libertad de diálogo es al menos un gran avance.
El hecho de poder problematizar y deconstruir roles ha sido una iniciativa de gran valor que debemos agradecer al movimiento feminista.
También agradecer a los valientes que deciden abordar sus heridas y crecer en autoconocimiento a través de distintas terapias.
A aquellos que persiguen un despertar espiritual. A los comunicadores que ofrecen su palabra para contar su vulnerabilidad y compartir buenas prácticas. A las familias que comparten su alegría a otros para contagiar la energía de la vida. A los abuelos que cuentan sus aciertos y desaciertos.
Ser madre no viene con manual, sino que viene con una energía tempestuosa con información acerca de nosotras mismas que probablemente nunca hayamos conocido.
Nos enfrenta con todo nuestro linaje, porque al encararla se activan todos los programas genealógicos que viven dentro de nuestro inconsciente.
Aún buscando evitarlo, es muy probable que nos encontremos repitiendo pautas de nuestras propias madres, porque por supuesto aprendimos de ellas sin darnos cuenta. Por eso es vital poder conectar con las mujeres que me preceden para comprender qué se me está activando al comenzar la travesía de la maternidad. Es muy natural que una mujer cambie mucho al ser madre, que tienda a parecerse a su propia madre cuando tal vez estuvo toda la vida intentando diferenciarse.
También se activan las formas vinculares del apego, los métodos de dar amor que aprendimos de nuestra mamá, y sobre todo un espejo infranqueable en el cual proyectaremos muchas cosas que hemos vivido en nuestra propia infancia.
Todo esto suena muchísimo para ser vivido sola. Así sea que vayamos acompañadas de una pareja. Porque la pareja no es todo.
Recordemos que la maternidad en nuestra raza tiende a ser un acto vivido en colectivo. Mujeres rodeadas de otras mujeres con experiencia en la crianza, en amamantar, una comunidad disponible para rotar y acompañar la experiencia.
Lo cierto es que el sistema en que estamos inmersas no reproduce esta experiencia, sino que por el contrario nos insta a vivir la maternidad en nuestra casa, aislada de un círculo de mujeres o similar. Con suerte contaremos con el acompañamiento de nuestra madre o hermana, mejor amiga o vecina que acompañe por momentos.
Entonces empiezan a aparecer algunos comportamientos accesorios como googlear qué está bien y qué recomiendan los especialistas, qué juguetes son ideales para estimular un bebé adecuadamente, contenidos de Mozart para bebés entre miles de opciones que ofrece el mercado para el correcto crecimiento de un bebé.
Estos recursos son interesantes, pero de algún modo sutil van construyendo una inseguridad en nuestra forma de maternar que es única y natural.
El hecho de que existan muchas líneas teóricas sobre crianza es interesante en la medida que le otorgamos el lugar correcto, pero que no sustituya la conexión de una madre con su hijo/a.
Lo que quisiera contagiar con estas líneas es el ánimo de vivir esta experiencia de forma conectada, con conciencia de todo lo que representa esta vivencia, desde lo individual corporal hasta lo que mueve a nivel clan y social.
Conscientes de que como mujeres contamos con todos los recursos para dar vida y por consiguiente, una madre puede maternar desde su sabiduría. Sentirse segura en el proceso es clave, pues madres felices es igual a hijos felices.
Trabajar en nuestro propio bienestar es fundamental, no perder la potencia creadora que somos como mujeres. Que hablemos, compartamos, empoderemos nuestro género.
Hablar entre nosotras, compartir experiencias sin juicio, soltar la idea de madre que traemos en la mente para entregarnos a la vivencia. Nuestros hijos nos necesitan plenas y seguras.
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